Aunque casi ya no lo sepa
El hombre sube trabajosamente al autobús. Lleva consigo un bastón y una inmensa soledad. Se sienta sonriente y mira amorosamente a la pareja de ancianos que le devuelve el saludo desde el asiento contiguo. El octogenario aprovecha ese gesto y cuenta su historia. Su mujer padece Alzheimer. La tuvo en casa durante unos años hasta que le dio una embolia. Anduvo de hospital en hospital. Cuando consiguió salir fue a dar a una residencia en donde recibe los cuidados que necesita. Sin dejar la sonrisa, dice orgulloso:
– Yo voy a visitarla todos los días. Sin falta. Ya no me conoce, ya no me habla. Pero me escucha ¿sabéis? Cuando me voy, le doy un beso en la mejilla y ella responde a mi amor con un sólo gesto: reposa, agradecida, su cabeza en mi pecho.
Del bolsillo de la camisa, saca dos fotografías. En una se puede apreciar a una hermosa mujer, en traje de novia, que mira a la cámara llena de felicidad. En la otra foto un apuesto joven, en traje de novio, mira dichoso hacia el objetivo. El anciano las observa, con los mismos ojos verdes que aún destellan en su surcado rostro, mientras explica que ella nació en 1927, él en 1930. Se casaron cuando él tenía 26 años. Desde entonces no ha habido un día en que no la tome de la mano con amor.
El hombre guarda ambas fotografías junto a su corazón y explica que las lleva siempre ahí desde que ella ya no vive con él. Mira por la ventana y ve que ha llegado a su destino.
– Aquí me bajo, tomo allá enfrente el metro y enseguida llego a la residencia. Hoy ya voy tarde, suelo salir más temprano.
El hombre se baja del autobús y camina hacia aquella caricia diaria que le demuestra que ella todavía existe y, sobre todo, que aún lo ama aunque casi ya no lo sepa.
Lola Zavala